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jueves, 21 de marzo de 2013

Capitulo 4.- La cafetería



Escuchar lo que las enfermeras compartían entre sí fue algo fastidioso para la chica, después de ver al chico enfermo de satiriasis decidió alejarse de ahí, no era que no le importada, después de todo mantenerse a salvo era lo único que le importaba en aquel momento. Los psicópatas mantienen códigos mentales estrictos, asumidos por ellos mismos. Es un reglamente único que gobierna la mente de cada uno de estos pacientes, curiosamente Zafira presintió que se estaba saliendo de sus regímenes al quedarse a escuchar sobre las patologías que los nuevos internos padecían. A ella no le importaba nada más que no tener contacto con alguno de ellos, al menos no hasta saber hasta qué extremo seria peligrosos.

Se dio media vuelta y siguió su camino –uno no estructurado aun, ya que la joven paseaba sin rumbo exactamente- . Sus curiosos ojos se toparon con la entrada de la cafetería, un buen lugar para comer algo por fin. 

El lugar estaba perfectamente limpio, mesas y sillas de metal repartidas por doquier, el olor a té caliente, jugo de frutas y sodas se respiraba en cada rincón mientras que el piso bien podría reflejar su rostro de tan reluciente que estaba. Rostros pacíficos se paseaban por el lugar, portando la clásica bata blanca hasta los pies, pantuflas y un brazalete blanco con su nombre escrito en el . Charolas de metal brillante se repartían en aquel lugar, solo con el propósito de que los enfermos eligieran lo que gustasen para comer. En un estante enorme se exhibían alimentos apetecibles, panqueques y pastelillos con chispas de miles de colores que giraban sobre una plataforma de cristal redondeado dándole la libertad al paciente de elegir que postre gustaría después de recibir el alimento adecuado.

La joven estaba encantada, no recordaba haber visto un lugar con la limpieza estricta de este, ni mucho menos alimentos que parecían en verdad buenos, al parecer el hospital tenía en definitiva buenos gustos, pues además de sus instalaciones en buen estado la cafetería era otro buen lugar.

Arrastro sus pies hasta el estante de cristal redondeado, observando curiosa como giraban lentamente los alimentos, pero antes de que pudiese tomar siquiera uno otro paciente se estampo contra ella con intenciones de molestar. El hombre era un clásico anciano sacado de quicio, sus ojos nublados mostraban el cansancio y pasar de los años, su nariz afilada realzaba sus labios arrugados. 


Zafira se tambaleo y antes de caer se sujeto bien del estante:

-¡Eres tú! ¡La hija de Satanás!- grito el hombre de avanzada edad señalando a la chica con su dedo índice

-¿Qué le pasa? ¿Por qué me agrede de esa manera?- agrego ella arqueando una ceja, en otra situación bien podría echarse sobre el asfixiándolo, o porque no, con un buen golpe seguro le tiraría algún diente, pero no esta vez. Una cosa que bien podría servirle de mucho en ese lugar era hacerse la víctima y eso haría.

-Eres una basura, las voces dicen lo mismo, tienes que morir... debes morir ¡maldita!- su voz rasposa llego a los oídos de varios guardias de seguridad, lo tomaron de las manos sujetándolo con fuerza. El anciano se zarandeo un par de veces y antes de que lograran sedarlo lanzo una escupida hacia el rostro de la psicópata.

-¡Qué asco!- dijo ella levándose por inercia su mano izquierda hasta su mejilla, justo cuando estaba por restregarse aquella desagradable agresión un chico de complexión delgada de  acerco a ella ofreciéndole un pañuelo blanco.

-Nunca vi a alguien escupir de ese modo, es decir ¿de dónde saca saliva ese viejo?- el chico sonrió mostrando una blanca y casi perfecta dentadura -¿Eres nueva?- sonrió de manera amable para después estirar su mano derecha a manera de saludo –Bill, Bill Kaulitz y ¿tú eres?-

Zafira tomo el pañuelo y limpio su rostro aun con aquella expresión de asco, levanto la vista y se quedo prácticamente helada al ver al joven que tenia frente a ella. Su respiración se agito de momento, era el… el chico que había bajado de la camioneta… el enfermo de Satiriasis. 

-Aléjate de mi- dijo ella abriendo sus parpados de golpe –Aléjate de mi…- repitió por inercia arrojándole el pañuelo que momentos antes le había prestado, estaba segura de que era ese chico, ese sexo opuesto amenazante. 

Bill apretó los labios y retiro su mano confundido, no tenía idea de por qué Zafira había reaccionado de esa manera, aunque quizás lo antiguamente acontecido la había puesto nerviosa, algo normal. 

-Yo, no quería incomodarte, lo siento- se disculpo el chico dando media vuelta. En ese momento, el grupo de nuevos enfermos entraron abriendo las puertas de golpe, caminando como si el mismo suelo no mereciera siquiera ser pisado, contoneándose por el sitio observando de manera inferior a los demás, la psicópata se había confundido.


-Eh, por fin nos encontremos de nuevo querido hermano- agrego Tom con un fuerte tono de voz, como si quisiese que todos se enteraran de ello –Te eche mucho de menos, mama te manda saludos- sonrió de medio lado con aquella sonrisa burlona que siempre ponía. Abrió los brazos en espera de un abrazo mientras caminaba en dirección de Bill.

-Yo deje de ser tu hermano hace mucho tiempo- contesto Bill de manera tajante, sus pasos se volvieron firmes conforme se alejaba del lugar, pasando a un lado del grupo nuevo y bufando con una terrible molestia. Inclusive no cambio de dirección hasta casi estamparse contra Tom al momento de abandonar la cafetería.