Escuchar lo que las enfermeras compartían entre sí fue algo
fastidioso para la chica, después de ver al chico enfermo de satiriasis decidió
alejarse de ahí, no era que no le importada, después de todo mantenerse a salvo
era lo único que le importaba en aquel momento. Los psicópatas mantienen códigos
mentales estrictos, asumidos por ellos mismos. Es un reglamente único que
gobierna la mente de cada uno de estos pacientes, curiosamente Zafira presintió
que se estaba saliendo de sus regímenes al quedarse a escuchar sobre las patologías
que los nuevos internos padecían. A ella no le importaba nada más que no tener
contacto con alguno de ellos, al menos no hasta saber hasta qué extremo seria
peligrosos.
Se dio media vuelta y siguió su camino –uno no estructurado
aun, ya que la joven paseaba sin rumbo exactamente- . Sus curiosos ojos se
toparon con la entrada de la cafetería, un buen lugar para comer algo por fin.
El lugar estaba perfectamente limpio, mesas y sillas de
metal repartidas por doquier, el olor a té caliente, jugo de frutas y sodas se
respiraba en cada rincón mientras que el piso bien podría reflejar su rostro de
tan reluciente que estaba. Rostros pacíficos se paseaban por el lugar, portando
la clásica bata blanca hasta los pies, pantuflas y un brazalete blanco con su
nombre escrito en el . Charolas de metal brillante se repartían en aquel lugar,
solo con el propósito de que los enfermos eligieran lo que gustasen para comer.
En un estante enorme se exhibían alimentos apetecibles, panqueques y
pastelillos con chispas de miles de colores que giraban sobre una plataforma de
cristal redondeado dándole la libertad al paciente de elegir que postre gustaría
después de recibir el alimento adecuado.
La joven estaba encantada, no recordaba haber visto un lugar
con la limpieza estricta de este, ni mucho menos alimentos que parecían en
verdad buenos, al parecer el hospital tenía en definitiva buenos gustos, pues además
de sus instalaciones en buen estado la cafetería era otro buen lugar.
Arrastro sus pies hasta el estante de cristal redondeado,
observando curiosa como giraban lentamente los alimentos, pero antes de que
pudiese tomar siquiera uno otro paciente se estampo contra ella con intenciones
de molestar. El hombre era un clásico anciano sacado de quicio, sus ojos nublados
mostraban el cansancio y pasar de los años, su nariz afilada realzaba sus
labios arrugados.
Zafira se tambaleo y antes de caer se sujeto bien del
estante:
-¡Eres tú! ¡La hija de Satanás!- grito el hombre de avanzada
edad señalando a la chica con su dedo índice
-¿Qué le pasa? ¿Por qué me agrede de esa manera?- agrego
ella arqueando una ceja, en otra situación bien podría echarse sobre el asfixiándolo,
o porque no, con un buen golpe seguro le tiraría algún diente, pero no esta
vez. Una cosa que bien podría servirle de mucho en ese lugar era hacerse la víctima
y eso haría.
-Eres una basura, las voces dicen lo mismo, tienes que
morir... debes morir ¡maldita!- su voz rasposa llego a los oídos de varios
guardias de seguridad, lo tomaron de las manos sujetándolo con fuerza. El anciano
se zarandeo un par de veces y antes de que lograran sedarlo lanzo una escupida
hacia el rostro de la psicópata.
-¡Qué asco!- dijo ella levándose por inercia su mano
izquierda hasta su mejilla, justo cuando estaba por restregarse aquella
desagradable agresión un chico de complexión delgada de acerco a ella ofreciéndole un pañuelo blanco.
-Nunca vi a alguien escupir de ese modo, es decir ¿de dónde
saca saliva ese viejo?- el chico sonrió mostrando una blanca y casi perfecta
dentadura -¿Eres nueva?- sonrió de manera amable para después estirar su mano
derecha a manera de saludo –Bill, Bill Kaulitz y ¿tú eres?-
Zafira tomo el pañuelo y limpio su rostro aun con aquella expresión
de asco, levanto la vista y se quedo prácticamente helada al ver al joven que
tenia frente a ella. Su respiración se agito de momento, era el… el chico que había
bajado de la camioneta… el enfermo de Satiriasis.
-Aléjate de mi- dijo ella abriendo sus parpados de golpe –Aléjate
de mi…- repitió por inercia arrojándole el pañuelo que momentos antes le había
prestado, estaba segura de que era ese chico, ese sexo opuesto amenazante.
Bill apretó los labios y retiro su mano confundido, no tenía
idea de por qué Zafira había reaccionado de esa manera, aunque quizás lo
antiguamente acontecido la había puesto nerviosa, algo normal.
-Yo, no quería incomodarte, lo siento- se disculpo el chico
dando media vuelta. En ese momento, el grupo de nuevos enfermos entraron
abriendo las puertas de golpe, caminando como si el mismo suelo no mereciera
siquiera ser pisado, contoneándose por el sitio observando de manera inferior a
los demás, la psicópata se había confundido.
-Eh, por fin nos encontremos de nuevo querido hermano-
agrego Tom con un fuerte tono de voz, como si quisiese que todos se enteraran
de ello –Te eche mucho de menos, mama te manda saludos- sonrió de medio lado
con aquella sonrisa burlona que siempre ponía. Abrió los brazos en espera de un
abrazo mientras caminaba en dirección de Bill.
-Yo deje de ser tu hermano hace mucho tiempo- contesto Bill
de manera tajante, sus pasos se volvieron firmes conforme se alejaba del lugar,
pasando a un lado del grupo nuevo y bufando con una terrible molestia. Inclusive no cambio de dirección hasta casi estamparse
contra Tom al momento de abandonar la cafetería.